El sabio
Job, patriarca bíblico de alcances proféticos, podría ser considerado el
precursor del estoicismo en el medio oriente. A pesar de haber sufrido tan
grandes pérdidas, en un día perdió sus bueyes, asnos, ovejas, camellos, hijos y
criados, su fe en Yahvéh se mantuvo firme.
Ante
la noticia de semejante tragedia, Job no profiere una maldición ante la vida o
el destino. Acepta todo aquello que ocurre mientras vive, y lo único que sale
de sus labios es la hermosa y profunda frase: “Desnudo salí del seno de mi madre, desnudo allá retornare.”
(Job 1, 21). Desnudo nací, es decir que llegué a este mundo sin nada. No
importa si soy hijo de un rey o del hombre más rico del mundo, nazco sin nada. A
pesar de ser el futuro heredero a un trono, en el momento de nacer no soy consciente
de ello. Y no solo a nivel económico o de propiedades materiales, sino también a
nivel intelectual. Lo único con que llego al mundo es con mi carga genética,
todo lo demás lo voy adquiriendo a medida que voy creciendo y viviendo. El ser
humano es como un computador nuevo, viene programado con un paquete específico de
programas pero los contenidos de los programas son accidentales, dependen del
propietario del computador. Así, venimos programados para adquirir un lenguaje
pero dependemos del idioma del país donde nos criemos, venimos programados para
adquirir conocimiento pero depende de la cultura en la que vivimos y de las
oportunidades de estudio que tengamos. Todo lo que adquirimos en la vida es
accidental y así como llegó podría no haber llegado y podríamos ser totalmente
diferentes, otro idioma, otros vestidos, otro conocimiento, otras ideas. Lo
cierto es que, así seamos ricos herederos de un reino, poseedores de la máxima
riqueza terrestre o los más brillantes intelectuales de la historia de la
humanidad (científicos, artistas, escritores, pensadores), en el momento de nuestra muerte, en el momento del fin de nuestra
existencia, a la tumba vamos sin nada. Nos vamos como llegamos, desnudos de
objetos materiales o intelectuales.
Todo
lo que poseemos en la vida es accidental y si asumimos ésta feliz
accidentalidad (o triste, de acuerdo a nuestras oportunidades y forma de ver la
vida) aprenderemos que lo que tenemos no es para siempre y soportaremos
nuestras pérdidas con resignación. Si la vida nos dio la oportunidad de
adquirirlo también nos puede dar la oportunidad de perderlo y debemos
comprender que nacimos sin nada y al final cuando dejamos la existencia todo se
queda. Desnudos nacimos, desnudos nos vamos.
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