Eclesiastés o Cohélet es uno de los libros Sapienciales de la tradición Bíblica. Junto con Job,
es un libro de la más profunda filosofía existencial. Si se lee con atención es
un libro que enseña verdades que pueden perturbar la tranquilidad ya que son
tan profundas que develan la realidad oculta bajo la ilusión que nos brindan la
sociedad y la cultura. Es atribuido a Salomón, el gran sabio de la antigüedad bíblica.
En
la primera parte dice: “Una
generación va, otra generación viene; pero la tierra para siempre permanece.”
(1, 4) Este fragmento recuerda al Sabio griego Homero cuando en su Ilíada dice:
“Cual la generación de las
hojas, así la de los hombres. Esparce el viento las hojas por el suelo, y la
selva, reverdeciendo, produce otras al llegar la primavera: de igual suerte,
una generación humana nace y otra perece.” (Canto VI,
145) Las generaciones van y vienen, nacen y perecen, florecen y se marchitan,
nadie permanece para siempre. Verdades profundas desde antiguo dichas, nacimos
para morir. Lo dice el Sabio Salomón, lo dice el Sabio Homero, ahora estamos y
pronto nos iremos.
A pesar de sabernos
mortales actuamos y nos comportamos como inmortales, o, peor aún, como
ignorantes de nuestro destino, como si la muerte no existiera, como si creyéramos
que vamos a vivir para siempre. Y además no pensamos como generación ya que, al
parecer, nos importan un bledo las generaciones futuras, o ¿qué planeta le
estamos dejando a nuestros descendientes?, ¿aguas limpias?, ¿buenos bosques?, ¿políticas
de igualdad? Somos egoístas como generación porque somos egoístas como
individuos. No pensamos en el futuro porque creemos que nuestro presente es
eterno. ¿Qué pasaría si cambiáramos nuestra perspectiva?, ¿si tomáramos
conciencia de nuestra mortalidad? Tal vez pensaríamos no como individuos sino
como especie, tal vez nuestras ideas girarían en torno a la humanidad y cuidaríamos
del planeta que habitamos. Al sabernos mortales y al no tener certeza de
nuestro instante final apreciaríamos más los momentos terrenos ya que sabríamos
que cada instante es único y que después de esta vida no hay otra. Una rosa es
bella precisamente por ser efímera. La belleza no es permanente, es instantánea.
Nacemos y morimos,
llegamos y partimos. Bajo esta perspectiva, la vida se torna valiosísima ya que
sabemos que pronto cesará y que, sin importar su duración, frente a la
eternidad no es nada, es tan solo un instante, un parpadeo, un momento fugaz.
Tomemos conciencia de la muerte para apreciar la fugacidad de la vida.
Nos queda solo morir, mientras tanto la espera vana...
ResponderEliminara vivir la vida chingue su madre!!!
ResponderEliminar