En
una de sus más grandes tragedias, “El Rey Lear”, en el momento en que el protagonista presencia
a un harapiento y sucio mendigo en una cueva, mientras afuera arrecia un fuerte
temporal, pronuncia la siguiente frase: “Tú
eres el ser humano mismo. El hombre, sin las comodidades de la civilización, no es
más que un pobre animal desnudo como tú.” ¿Qué eres? ¿Qué soy? ¿Qué
somos? El magno Shakespeare nos dice que, libres de las comodidades de la
civilización, somos un animal desnudo. Cubrimos nuestros cuerpos con vestidos ¿Somos
la ropa que portamos?, nos comunicamos por nuestros teléfonos móviles ¿Somos la tecnología que poseemos?, vivimos en apartamentos con lujos de ensueño ¿Somos el
estrato que habitamos?, estudiamos para alcanzar un título profesional ¿Somos
el cartón que nos certifica? ¿Qué somos? Si se nos quitan las cosas exteriores
a nosotros ¿Qué queda? ¿Qué sería del monarca de una nación sin su cetro, ni su
trono, ni su reino? ¿Qué sería del más grande empresario sin su empresa, ni sus
millones, ni sus lujos? ¿Qué sería de la reina de belleza o de la supermodelo
sin las cirugías, el maquillaje o los
salones de belleza? ¿Qué es el Hombre? Desde la reflexión filosófica me atrevo
a aventurar que el Hombre es una región vedada para sí mismo. Existen puntos,
de la recta infinita, que son infinitos, (e, pi, fi ). Un punto infinito, eso es el Hombre.
Hemos
desafiado la naturaleza y la hemos alterado. Excepto el Hombre, ningún animal
usa ropas; excepto el Hombre, ningún animal elige profesión; excepto el Hombre,
ningún animal acumula riquezas. En la condición del animal está adaptarse a la
naturaleza, en la condición del Hombre está adaptar la naturaleza a él. El
animal es complejo y sin embargo frente a nosotros parece simple, ya que la
complejidad del Hombre se acerca al infinito. Nos creemos dueños de la
naturaleza, y por nuestra arrogancia la estamos destruyendo. Lo escribimos en
la Biblia. Dice el Génesis: “Y
dijo Dios: hagamos al ser humano a
nuestra imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y
en las aves de los cielos, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres,
y en todas las sierpes que serpean por la tierra... y les dijo Dios: «Sed
fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad
en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea
sobre la tierra.” ¿En qué momento dejamos de sentirnos parte de la
naturaleza? ¿En qué momento nos autoproclamamos dueños del planeta? Hemos
desplazado las especies de su hábitat y eliminado algunas de ellas, hemos
acabado con los bosques, hemos ensuciado los ríos. Si supiéramos lo que somos,
de seguro nos adaptaríamos a la naturaleza y viviríamos en comunión con ella.
Lo hacen las tribus indígenas que viven en las selvas o los bosques, pero nos
hemos llenado de lujos innecesarios que han transformado nuestra visión del mundo.
¿Qué seríamos sin los adornos que nos cubren? Lo dijo el gran Shakespeare, libres
de las comodidades de la civilización, seríamos un animal desnudo. Somos un animal
frágil que necesita de las arandelas superficiales, que nos adornan, para ser
felices y fuertes. Sin esas arandelas ¿Qué somos? ¿No queda nada? Sí. Queda un
animal desnudo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario