Job, el antecesor bíblico del estoicismo, es uno de los Hombres sabios de la antigüedad
hebrea. Su libro es uno de los sapienciales del antiguo testamento y sus
páginas están llenas de enseñanzas que, estudiadas y reflexionadas, nutren el
intelecto y favorecen la voluntad. Cada frase es un mundo infinito de sabiduría
y el libro pulula en frases.
En
su libro, en respuesta a Bildad de Súaj, Job dice: “¿No son bien poco los días de mi existencia?” (Job 10, 20) ¡Una
verdad que aterra! Job reflexiona sobre la duración de nuestra existencia.
Nuestra vida es efímera, no importa que vivamos lo máximo que pueda vivir un
ser humano (cien años o un poco más). Si miramos la flecha del tiempo, desde el
origen de la vida hasta nuestros días, nos damos cuenta que han pasado millones
de años y los cien que vivimos no son nada, así nos parezcan mucho. Nuestra
existencia es un parpadeo, un respiro, un instante. Lo dice Gustavo Adolfo Bécquer,
el romántico y existencial poeta español del S XIX “Al brillar un relámpago nacemos y aun dura su fulgor cuando morimos,
tan corto es el vivir”, lo dice el filósofo poeta argentino Jorge Luis
Borges: “Ya somos en la tumba las dos
fechas del principio y el fin”, lo dice el estoico Marco Aurelio: “Breve es la vida para cada uno”. Somos de existencia efímera. Si calculamos
el número de horas en un año, un segundo no es nada, si miramos los quince mil
millones de años que dice la física acerca de la edad del universo, cien años
no son nada. Tenemos un principio y un final, nacemos y morimos. Si somos
afortunados y no sufrimos un accidente mortal, una enfermedad grave o un
homicidio, nuestra vida se acaba de manera natural, viejos y ancianos, cansados,
esperando el descanso obligatorio; si somos desafortunados, nos vamos jóvenes,
hay quienes mueren desde el vientre o antes de tener consciencia de la vida. No
importa la manera de morir, es nuestro común destino, nacemos y morimos,
llegamos y nos vamos, iniciamos y finalizamos.
¿Y cómo vivimos esos cortos días de nuestra existencia? Es una tristeza que no
sepamos vivir. Nuestra vida es corta y la desperdiciamos buscando absurdos e
ilusiones. Como especie hemos inventado formas de vida social que han generado
una vida de egoísmo donde unos cuantos acumulan la riqueza y el poder y los
demás les servimos de medio para incrementar las riquezas. Esa misma forma
social nos hace vivir trabajando toda la vida para poder subsistir en un mundo
en donde lo que importan es el dinero y los títulos y nos olvidamos de
contemplar el mundo y contemplarnos a nosotros mismos. Cometemos el error de no
maravillarnos frente la vida, de no extasiarnos ante la naturaleza, de no embelesarnos
con la belleza, de no embriagarnos con la existencia. Vamos por la vida como
una veleta empujada por el viento en vez de ser los guías de nuestro propio
barco a motor. Dejamos que se nos impongan los ideales sociales absurdos y ajenos
a nosotros y no vivimos la vida como deberíamos vivirla, una vida dedicada a
disfrutar de este corto trance de la existencia; una vida dedicada a trabajar
poco y a disfrutar de las ganancias adquiridas viajando por el mundo para
conocer toda la redondez de nuestro planeta y no solamente el rincón donde
nacemos; una vida dedicada a conocer las manifestaciones artísticas e
intelectuales a lo largo de la historia y no solamente a conocer las ideas prosaicas
de la gente común de nuestra localidad;
una vida dedicada a amar y no a odiar, dedicada al conocimiento y no a la
ignorancia, dedicada a construir y no a destruir, dedicada a la sabiduría y no
a la estupidez.
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